MARITZA
El perro estaba atosigado por la enfermedad. Vivía abandonado en el olvido de su propia familia. A nadie le importaba su crítica condición. Hasta que apareció Maritza. Nadie le dijo. Nadie le pidió. Cada noche, llegaba y le daba comida. Cuando comprobó la subida de peso, comenzó a darle medicamentos para combatir la fuerte infección que no lo dejaba irse, pero lo mantenía en una agonía lenta, forzosamente lenta. Maritza se ganó su confianza, lo fue llevando, de a poquito, a la sala de un veterinario. Le dijeron que el perro podía salvarse. Y lo creyó. Y confió. Siguió cada noche, al final de sus tareas domésticas, acercándose al perro, para alimentarlo, para curarlo, para hablarle con aquellas palabras que solo quienes aman a los animales, saben pronunciar. Y durante sus idas y venidas de cada noche, Maritza me hacía pensar que la misericordia humana existe. Que ante tanta degradación, la compasión humana puede pasearse bajo los faroles de un barrio cualquiera, y e