UN DÍA USUAL

Esta mujer se levanta por la mañana, con legañas como tentáculos que comparten la pesadez de esas inexplicables pesadillas. Esas pesadillas que dejan un rastro surrealista en el inicio del amanecer.

Café cargado frente a un periódico que debería brindar alguna oportunidad, además de las noticias funestas en las que unos van contra otros. Nada.

Luego viene el recorrido por los correos electrónicos en busca de alguna voz nueva que saque de la rutina los usuales saludos de los amigos, las presentaciones motivacionales, las cadenas de oración amenazantes y las noticias políticas contracorriente que hacen una gran bulla con su rebeldía.

Se reparte el tiempo del día con dosificaciones de casa, de lecturas que sacan al cerebro de la realidad, con llamadas a amigas que hacen reír y le recuerdan el lado fácil de las cosas. 

Por la tarde, el paseo por el parque con el perro. No puede evitar repasar cada una de sus habilidades, sus contribuciones a la vida, su utilidad humana para la sociedad, aquellos errores que tal vez la aíslan, a quién debería llamar, algo nuevo que debería intentar... cómo el paro llegó a su vida.

Cuando la noche cae y las estadísticas de desempleo en el noticiero le confirman que no está sola, no quiere rendirse ante la impotencia. Mañana ofrecerá cuidar a los niños de la vecina y buscará en el centro comunitario alguna tarea que signifique algún sentido para alguien más. 

En estos días, no rendirse ante la impotencia es una tarea fundamental. 

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