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Mostrando entradas de abril, 2020

¡Despierten todas!

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¡Despierten todas! La hora ha llegado Limpien la sangre de sus rostros Levanten las rodillas de la tierra Aparten el velo de sus ojos Rompan las costuras de sus labios ¡Despierten todas!  Apaguen las velas Tiren las máscaras Quemen los delantales La hora nos llama Salgan de la marginalidad de la orilla, del abismo, de la cueva, de la tumba Para lo que vinimos Ahora se ha presentado Alcen los brazos la noche se impone Abran los portales la cosecha de almas nos espera el dolor las traspasa Limpien los dinteles el orden dispuesto se derrumba la gran igualadora atraviesa la brecha nos llama nos convoca  nos urge Estamos acá esta es la hora tomen la luz y guíen Abran los caminos ¡Despierten todas!

Carta desde el encierro

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A propósito de la cuarentena...  Querida: Mi vida diaria ya era muy parecida a esta cuarentena impuesta.   Así que este encierro decretado desde fuera es una práctica cotidiana de muy altos vuelos en mi existencia. En el encierro descubrí momentos esenciales, por ejemplo, que las horas más largas están entre las 2 y 5 de la mañana y que es difícil calcular cuántos trastes puedes lavar en ese infinito tiempo; que los pájaros cantan a las 4 de la mañana y sus melodías parecen un mapa que te guía por un laberinto fuera de tus pensamientos que tal vez culmine su trayectoria con la luz del amanecer; que en la oscuridad, el pecho puede respirar con unas extrañas flautas cuyos pitillos disonantes forman una música difícil de acompasar con el latido del corazón. Que el amanecer disipa las nubes de tormentas y que las horas de sueño entre las 4 y las 8 de la mañana son tan profundas y reparadoras como las que pudiste haber tenido, con mejor fortuna, en un horario normal. Que la

Envidia

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En un aniversario más...  Envidia de qué  Envidia del sol inflamado en el atardecer de la Semana Santa.  Envidia del cuerpo cayendo en una pausa blanda, liberadora de toda angustia y dolor.  Envidia de la seguridad gatuna, de ojos verdes, creyentes en mí, inocentes, ajenos al daño, al odio.  Envidia del calor íntimo de mi cama en un ocio interminable marcado por puntos anodinos y triviales de la impotencia y del refugio en un mundo incomprensible. Envidia del grito destemplado de mi canción, de esa fuerza pulmonar explotada en una emoción rompediques, atronadora en los oídos espías de la estupidez.  Envidia del amor eterno revelado en la más oscura batalla de destinos predichos por incautos y de la creencia ante la frase "Siempre has sido amada" resonando en la claridad que me rescata del abismo negativo de mis pesadillas.