EL JOYERO DE BANANOS

Una vez por semana, mi madre y yo visitábamos el mercado para abastecernos de alimentos. Era un viaje maravilloso a través de olores penetrantes, de colores apasionantes, de una inmensa bulla que nos arrastraba ante el caótico universo de las ventas y sus vendedores.  

Del grupo de vendedores que siempre visitábamos, destacaba don Rafa. Era el vendedor de bananos. Don Rafa resaltaba porque trataba su mercancía con un cariño y unos conocimientos entrañables. Era el joyero de bananos. 

Era capaz de establecer diferencias inimaginables entre las diversas pencas. Cuando  sostenían los bananos entre las manos, lo hacía con una delicadeza, que era inevitable contagiarte con su reverencia y devoción, y entonces, mirabas de otro modo aquella hermosa penca amarilla que te llevarías contigo. Era un hombre tranquilo, sonriente, que nunca se molestaba con el regateo y con el que siempre te sentías bien recibida.

Durante años, me hizo pensar en la belleza y dignidad de su mercancía, en lo que para él significaba vender sus productos, como joyas que se entregan para iluminar la vida cotidiana de comensales que también descubrirían su valor invisible, ese que está más allá.    

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